24 de marzo de 2011

"El tigre y la nieve". El vaso siempre medio lleno.


Cuando alguna película ha calado tanto en la sociedad, es inevitable las comparaciones de futuros trabajos de su director con aquella pequeña obra maestra. Es cierto que tiene el mismo esquema narrativo, es cierto que los dos protagonistas son los mismos, es cierto que la banda sonora corre a cargo del gran Nicola Piovani -aunque no llegue a la altura de la primera-, es cierto que Benigni sigue con el mismo aire optimista y es cierto que el emplazamiento en ambas películas sea una guerra, cada una dueña de su tiempo.

Después de tantas certezas, no voy a seguir con las comparaciones, es casi inevitable, pero prefiero ver “El tigre y la nieve” como una película única y separarla de todas referencias a “La vida es bella”. Si gustó Benigni en la primera, ¿por qué no lo iba a hacer en la segunda?.

Puedo entender que a mucha gente le desespere este personaje de gestos y aspavientos exagerados, pero no olvidemos que es italiano (y con esto no quiero ofender a nadie y menos aún a los italianos, pero es por todos sabido que son muy gesticuladores), tampoco olvidemos que es actor y director y su trabajo es ése, transmitir emociones a través de su cuerpo y su mente.

En cuanto a la peli decir que me ha divertido mucho las tres veces que la he visto. Tiene un fondo poético muy bueno, tiene grandes momentos cómicos –uno de los mejores es en el que está dando clases de poesía a sus alumnos de la Universidad para Extranjeros de Roma (“un poeta no mira, observa”), gran momento-, es romántica al más alto nivel exponencial, tiene su parte dramática, tiene su parte crítica –especialmente al gobierno Bush; véase la secuencia en la que un grupo de soldados USA casi pierden los papeles al ver llegar a Attilio con medicamentos atados en el cuerpo- y tiene, además de Benigni y Nicoletta Braschi (matrimonio en la vida real), a Jean Reno, un actor que, ya de por sí, llena la pantalla con su presencia. Me cae bien este tipo y, además, me gusta mucho como actor. No quiero olvidarme de Tom Waits que, además de aparecer varias veces en los sueños de Attilio, una canción suya -You can never hold back spring- forma parte de la banda sonora.

En fin, el caso es que para mí es una película que te deja con una sonrisa en la cara al acabar y siempre que recuerdas haberla visto. Rebosa optimismo por los cuatro costados. Un siete alto sobre diez.

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