Se antoja difícil de catalogar, difícil de ver y, por supuesto, difícil de quitártela de encima. Una de esas rarezas que de vez en cuando ofrece el cine que después de verla, la rumias hasta digerirla y agradeces haberla visto. No es una película a simple vista recomendable a todos los paladares, pero a los que nos gusta ver en ocasiones alguna rareza, ésta no debe pasar desapercibida porque se acerca (y mucho) a una cinta más que notable.
Una lección de narración en toda regla. Más allá de la fe en la reencarnación, si alguna vez has pensado lo que sería vivir otras vidas dentro de la tuya propia, que sepas que el protagonista de la cinta, Monsieur Oscar, lo hace. Un homenaje a la figura del actor en un submundo donde el libre albedrío se presenta casi sin avisar, en el mismo tiempo que una limusina blanca se traslada de un rincón de París a otro.
No es cine convencional pero sí un libro de estilo sobre narración cinematográfica. Cuando tu incredulidad y asombro alcanzan su plenitud, tienes la sensación de que son los personajes los que se están regocijando en tu cara de pasmarote. No dejará indiferente, pero para eso, por supuesto, hay que verla primero. La volveré a ver porque hay mucho que desgranar. Un 7'5 sobre 10.
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