Quien piense que esta película habla de la muerte está muy equivocado, habla de amor, de un amor auténtico, honesto, sincero...No es de extrañar que el propio Jean-Louis Trintignant (Georges) sugiriera ese título a Haneke tras escuchar el argumento.
Estamos ante el film más íntimo del austriaco aunque respira "hanekismo" por los cuatro costados. Los planos no terminan cuando el espectador lo pide a gritos, sino cuando él ha decidido que terminen. Aunque se trate de un relato humanista al 100%, Haneke consigue que se te encoja la patata en un estado de ansiedad (y ternura) que te coge de la mano hasta los créditos finales.
El trinomio de cerca de 230 años que forman Trintignant, Riva y Haneke ha dado como resultado el film sobre amor más sincero y auténtico del cine contemporáneo. No peca de pastelismo en ningún momento, sino más bien nos muestra la crudeza de la muerte que es llevada de la manera que se lleva gracias al amor compartido durante toda una vida. Llena de metáforas y ausente de banda sonora (la única música que se escucha es la que forma parte intrínseca de la historia), el film deja mella en todo aquel ser conmovible, porque es sobrecogedoramente bella y bellamente sobrecogedora.
Las interpretaciones de Jean-Louis Trintignant y de Emmanuelle Riva están al alcance de muy pocos. Aguantan como jabatos unos planos secuencia (y fijos) de varios minutos. Citar también a Isabelle Huppert como hija de ambos. Se trata de un papel mínimo pero nos trae a la memoria aquella vez en que ella y Haneke trabajaron juntos en "La pianista" (véase -si se quiere- en este blog).
¿Cómo un director que empezó su carrera con casi 50 años ha podido ser tan influyente en el cine de hoy en día?. La respuesta sólo la tiene su filmografía. Una filmografía cargada de grandes ejercicios cinematográficos duros, bellos, hirientes, pero grandes, muy grandes. Un 9 sobre 10.
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