El director nipón Yojiro Takita nos cuenta una historia tan bella en forma como en contenido.
Daigo Kobayashi (Masahiro Motoki) es un violoncelista que se ve obligado a trasladarse a su ciudad natal con la compañía de su mujer al ser disuelta la orquesta con la que actuaba. Encuentra un trabajo como amortajador, vistiendo y maquillando a los muertos con el fin de que estos emprendan su último viaje de la forma más digna posible. A simple vista el argumento puede echar un poco para atrás, pero aseguro después de haberla visto dos veces que es una gran obra. Consiguió el Oscar a la mejor película de habla no inglesa en la edición de 2008 y fue la gran triunfadora de los Premios de la Cinematografía Japonesa, consiguiendo hasta 10 premios.
Un drama salpicado de ciertos momentos cómicos que no hacen más que aportar realismo a una historia hermosa, contada de una forma que atrapa al espectador. La banda sonora es tan grande como el propio film. Quizá al papel de su mujer, interpretada por Ryoko Hirosue, le habría quitado algo de inocencia. Eso sí, tanto el papel de Daigo como el de su jefe (Tsutomu Yamazaki) son dignos de celebrar llevando el peso de la historia sin lugar a dudas. Con un final a duras penas previsible, la película consigue emocionar e incluso brotar la lágrima en el espectador.
Recomendada a todos aquellos reacios de ver cine oriental. Es una buena manera de adentrarse en un cine que hará que enlaces unos títulos con otros si de verdad lo sabes apreciar. Luego será difícil pasarlo por alto. Un 7 sobre 10.
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