El título hace referencia a la vuelta del padre al hogar tras doce años sin ver a su mujer y a sus dos hijos. Pero más que regreso del padre, la película nos habla de un viaje, un viaje más metafísico que físico; un viaje donde los protagonistas no tienen más que hacer frente a sus miedos e inquietudes dando el salto a su maduración- El severo padre quiere conseguir en pocos días lo que no ha querido hacer en doce años. Los hijos, preadolescentes, claro que tienen miedos, claro que han sabido vivir sin la figura de un padre y, precisamente por ello, se preguntan por qué ha tenido que volver. Quizás haya vuelto para ofrecerles la salvación, para liberarlos de ese miedo, aunque ellos no lo sepan.
La figura del padre es como si se tratase de un Jesucristo salvador...Les ofrece vino, no les da pescado sino que prefiere que sean ellos los que lo pesquen, les lleva a una isla que no será más que el lugar donde ellos se liberen de las mordazas del miedo y, una vez hecho, ya podrá ir en paz con los brazos en cruz.
Soberbias interpretaciones de los tres protagonistas masculinos destacando por encima de todas la de Ivan Dobronravov, como el hijo pequeño. Transmite de una forma magistral la inocencia y la chulería que podría tener un niño de esa edad y salpicado de las mismas circunstancias. Konstantin Lavronenko, el padre y Vladimir Garin, el hijo mayor, no se quedan atrás ofreciendo al espectador unas impresionantes interpretaciones. Al fin y al cabo la película es ellos tres, ya que la madre y la abuela de los niños aparecen para que sepamos que existen, pero son pocos los minutos de metraje en los que aparecen.
El cuarto protagonista podría ser la fotografía; posiblemente una de las mejores fotografías que yo haya disfrutado del cine contemporáneo. Ayuda en sobremanera a crear un clima de tensión y de incertidumbre e incluso a olvidar ciertos momentos de la película de relativa lentitud. Lentitud que, a su vez, retroalimenta a la historia.
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